Por Arcelia Lortia
12 de diciembre de 2025
Entre montañas que descienden hasta tocar el Pacífico y un litoral que resguarda 13 joyas naturales, las playas de San Pedro Pochutla revelan una Costa Esmeralda donde el tiempo avanza a su propio ritmo. Este municipio oaxaqueño conserva la autenticidad del sur: paisajes intactos, comunidades dedicadas a la pesca, sabores que nacen del mar y escenarios donde la naturaleza sigue dictando el paso de cada día. Descubre nueve rincones que hacen de rincón de Oaxaca un destino único.
Fotos: Gabriel Núñez y cortesía
9 playas de San Pedro Pochutla que hacen única la Costa Esmeralda
Zipolite, una playa al natural
Este destino donde la libertad se vive sin artificios es una de las playas de San Pedro Pochutla más conocidas no solo en México sino en el mundo. Su historia moderna inició en los años 1970, cuando viajeros y artistas descubrieron su arena dorada, el mar intenso y una comunidad abierta. Con el tiempo, esta forma de vida dio origen a una filosofía clara: nudismo sin provocación ni prejuicios.
Desde 2016 es la única playa nudista oficial de México y hogar del Festival Nudista, un encuentro que reúne a visitantes de todo el mundo con calendas, body painting y talleres, siempre bajo la premisa del respeto. Su oferta incluye espacios emblemáticos como Nude Zipolite & Beach Club, primer hotel de ropa opcional del país, con terrazas frente al Pacífico y cocina de sabores costeros; y Budamar, un refugio sereno con hospitalidad oaxaqueña.

Playa Salchi, un refugio entre colinas
Custodiada por montañas cubiertas de vegetación y un mar que cambia del turquesa al azul, Playa Salchi se ha convertido en uno de los secretos mejor guardados de la Riviera oaxaqueña y de San Pedro Pochutla. Ubicada a unos 30 kilómetros al oeste de Huatulco, esta bahía de oleaje suave y arena dorada ofrece un paisaje donde la calma convive con una creciente actividad turística e inmobiliaria que ha transformado, poco a poco, su entorno sin borrar su esencia.
Salchi mantiene la atmósfera de un pueblo costero. Aquí, los pescadores aún lanzan sus redes al amanecer y las cocineras locales preparan pescado zarandeado, ceviche o camarones al ajillo. En temporada, el espectáculo de las tortugas que llegan a desovar recuerda que la naturaleza sigue marcando el pulso del lugar.

Estacahuite y sus tres bahías
Allá donde el Pacífico parece detener su fuerza para volverse sosiego, se esconde la serenidad de Playa Estacahuite, un escenario que conjuga diversión y tranquilidad en tres pequeñas bahías separadas por formaciones rocosas que cobijan aguas templadas y cristalinas, donde el mundo submarino se deja ver. Su nombre de Estacahuite evoca raíces antiguas: en náhuatl, el vocablo se interpreta como “palo blanco”, en alusión a los árboles que antaño bordeaban la costa.
El amanecer aquí merece una pausa, ya que la playa, orientada al este, recibe la primera luz del día y transforma el mar en un espejo dorado. Pero, además, la suave arena, su franja coralina, los tonos cambiantes del agua y la protección de las rocas hacen de estas bahías un refugio para descansar en tierra y divertirse en el agua.

Playa El Zapotengo, el ritmo sereno del Pacífico
Al sur de la Costa Esmeralda, donde la sierra se abre paso hacia el mar y el horizonte parece no tener fin, se extiende Playa Zapotengo, un espacio natural de poco más de un kilómetro y medio que, además de cautivar con sus solitarias playas, lo hace con su laguna del mismo nombre. Valentina y Juan Carlos, una pareja que llegó atraída por la serenidad del lugar y terminó convirtiéndose en parte de su espíritu, nos cuentan que de noviembre a marzo es posible ver desde la playa y desde su hotel a la ballena jorobada y sus crías.
Ellos son los anfitriones de Casa Obe, un alojamiento de cinco habitaciones que se asoma al océano, y de El Náufrago, el restaurante donde la hospitalidad se expresa a través del sabor y del enlace que ofrecen con guías locales.

Playa Cuatunalco y sus paisajes únicos
Las playas de San Pedro Pochutla dicen que son de esos lugares que se quedan en la memoria y Playa Cuatunalco sin duda lo es. Aquí, el mar se abre en una bahía amplia donde el tiempo parece fluir con la misma suavidad que las olas. Su nombre, de origen náhuatl, significa “en el lugar del nido de los cuates” o “de los gemelos”, una metáfora perfecta para describir la dualidad que la define: la energía del océano frente a la calma que envuelve su entorno natural.
Y es que, entre el verde espeso de la vegetación costera, el gris plateado de las formaciones rocosas y el brillo del Pacífico, este rincón de la Costa Esmeralda conserva la serenidad de los paisajes que aún no han sido tomados por el hombre.
En el pueblo, algunas familias ofrecen platillos recién preparados con la riqueza del mar como la Choza de Chivis, un restaurante familiar donde Eugenia Pacheco y sus dos hijas, Flor Silvestre y Esbeydy, deleitan con pescado a la talla; tacos gobernador; chile de agua relleno de queso y salpicado con chapulines; pescadillas, ceviche y camarones al mojo de ajo.

Tahueca, por amor a la costa
Tras atravesar un camino de cultivos se abre una extensa y tranquila bahía, donde la comunidad vive de la pesca artesanal y del campo, pero desde hace algunos años encontró en el turismo una nueva forma de compartir su riqueza. En 2017, la familia Mijangos Cárdenas, originaria del lugar, decidió abrir el restaurante Los Órganos Tahueca con el deseo de rescatar las recetas tradicionales y dar a conocer la belleza de su entorno. Aquí el mar se saborea con autenticidad: los platillos se cocinan a la leña, en cazuelas de barro, y los ingredientes provienen del día. Pescados recién capturados, camarones a las brasas y cocteles frescos dan forma a una experiencia profundamente costeña. Al caer la tarde, el sol se esconde y tiñe la bahía de tonos naranjas y violetas.
Con el impulso del restaurante, Tahueca comenzó a recibir visitantes de distintas partes del país y del extranjero. Hoy ofrece también sencillas cabañas frente al mar, espacios que invitan a descansar sin más lujo que la calma.

La Boquilla, una playa platino
A pocos kilómetros de la cabecera de San Pedro Pochutla, La Boquilla ofrece una propuesta de turismo sustentable que la ha llevado a recibir la certificación Playa Platino, una de las más altas distinciones ambientales del país. En esta bahía de aguas transparentes y arena fina es posible nadar, practicar esnórquel o simplemente dejarse llevar por el vaivén del mar.
La Boquilla representa un modelo de equilibrio entre conservación y turismo responsable. Las familias locales se han organizado para mantener la playa impecable, regular el número de visitantes y ofrecer servicios de bajo impacto.

Tembo, postales de ensueño
Una de las playas de San Pedro Pochutla más espectaculares es Tembo. Y es que su arena dorada se extiende entre formaciones de roca que el tiempo ha cincelado con paciencia dando vida a imponentes paisajes entre los que se forman pequeñas pozas de agua clara donde el reflejo del cielo se confunde con el fondo marino.
La playa pertenece a un área natural protegida, así que no hay construcciones altas ni ruido; solo el eco de las aves, el rumor de las hojas y esa luz intensa que todo lo baña con un brillo único. En sus aguas serenas es posible nadar entre peces diminutos o esnorquelear sobre la barrera de coral. También se pueden seguir los senderos que rodean la bahía para observar aves, descubrir los manglares o simplemente caminar sin prisa, guiados por el viento.
El trayecto hasta Tembo también forma parte de la aventura. Desde San Pedro Pochutla, el camino se interna entre la vegetación; la carretera de terracería conduce a paso lento, bordeando colinas y árboles que anuncian la cercanía del mar. Ese aislamiento ha preservado su carácter indómito y su sentido de autenticidad.

Puerto Ángel, un edén cargado de historia
Pequeño, sereno y profundamente ligado al océano, así es Puerto Ángel, un pueblo enclavado en la Costa Esmeralda oaxaqueña que fue alguna vez un punto clave del comercio del café y hoy late al ritmo de la pesca, su actividad más entrañable. Aquí, cada amanecer parece hecho a mano: las pangas zarpan con el primer resplandor y regresan con la abundancia que dicta la corriente —huachinango, atún, marlin, tiburón, dorado—, el sustento y el orgullo de un poblado que ha sabido vivir del agua y para el agua.

El nombre del pueblo, dicen, viene de una historia antigua: cuando un barco pirata llegó a estas costas, encontró un ángel posado sobre una palmera. Nadie sabe el lugar exacto, pero desde entonces el puerto quedó bajo su resguardo. Quizá por eso el visitante siente aquí una paz que no es casual, un silencio que parece proteger.
Aquí, la vida sigue el compás del oleaje: entre redes, fogones y sonrisas. Porque si algo distingue a este puerto es su equilibrio, entre el trabajo y la calma, entre la historia y el presente, entre el mar que alimenta y el ángel que cuida. Dos imperdibles para comer son Brisas del Mar y Ojo Alegre.
Estas nueve playas de San Pedro Pochutla son varias maneras de mirar el mismo horizonte: unas más silvestres y comunitarias; otras, ejemplo de sustentabilidad. Pero todas confirman que, en la Costa Esmeralda de la Riviera oaxaqueña, el verdadero lujo no está en la modernidad, sino en la sencillez de lo natural y en la calidez de su gente.
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Entrada original: https://foodandtravel.mx/uncategorized/san-pedro-pochutla-paraiso-oaxaqueno-con-playas-para-desconectar/